Tu abandono
Lo había pensado durante toda la mañana y la noche anterior. Era suficiente.
Una decisión precipitada, pero para él, esas ideas eran las que mejores resultados traían.
Estaba dispuesto a dejarla sin contemplaciones, sin remordimientos y sin peleas.
Pero no era capaz de marcharse sin dejarle al menos una breve explicación sobre su partida: las cartas sobre el velador eran bastante cursis y propias de los culebrones de la televisión, así que pensó en modernizar su comportamiento y decidió que un mensaje por el celular o por correo electrónico sería lo más práctico e incluso, menos traumático para su frágil mujer. Sabía que ella derramaría ríos de lágrimas, pero como él no iba a estar presente para verlo, se aseguraba de algún modo que no fueran ríos de sangre.
En el fondo era innecesario causarle tanto sufrimiento a una mujer que tanto lo había amado.
No logró conciliar el sueño, de hecho, estuvo a punto de desistir acerca de este abandono imprevisto. No sabría a qué hora despertarse para que no se levantaran las sospechas; si lo hacía muy temprano ella se daría cuenta que el tenía alguna preocupación, su cara desvelada lo delataría, y el problema es que ni siquiera tenía listas sus maletas.
Además, él tenía que llegar puntual como siempre a su trabajo y sin ninguna evidencia que delatara una pelea familiar: sin ojeras, ni rabia; y con una camisa bien planchada tal como la había llevado durante los últimos años.
Y entre todos estos pensamientos y primitivos planes, poco a poco el sueño le venció.
Abrió los ojos cuando escuchó el suave y sigiloso caminar de su esposa. Los cerró de inmediato para fingir estar dormido, se sintió idiota, pero no importaba, el quería que todo siguiera según lo que él había planificado. Planificar. Le gustaba esa palabra, se sentía poderoso: planificaba presupuestos, planificaba el dinero que se gastaba en su hogar, planificaba las salidas y las escapadas, planificaba sus verdades y las mentiras que le contaba para evitar problemas, planificaba su vida y ahora sabía que, aunque fuera injusto, estaba planificando abruptamente el futuro de su mujer.
Volvió a abrir los ojos al escuchar que la puerta de la casa ya se había cerrado. Ella había salido temprano y se sorprendió que esta vez no hubiera sentido su tibio beso de la mañana para despedirse. ¡Pero que tontería! La idea era desengancharse de su cotidianidad, de la tibieza y simpleza de sus besos, de ese aroma que en vez de impactarle y volverle loco como en el pasado, le hacía recordar que estaba envuelto en una relación que se había agotado y lo había agobiado. Su belleza femenina aún era fuerte, pero también se había opacado durante su relación, y aunque sabía que también era su culpa por haberla celado tanto y exigido “menos escotes y menos sensualidad”, ahora le causaba aburrimiento con tan sólo mirarla.
Sabía que este cambio iba a ser beneficioso para ambos, él siempre había pensado por ella, así que aunque fuera a la fuerza, ella iba a aprender a retomar su rumbo, a tener seguridad de nuevo, a crecer y no depender de él. “Triste”, pensó mientras poco a poco iba empujando con los pies las cobijas de la cama, esa mujer con mirada penetrante y corazón abnegado le había dado lo mejor, pero era hora de hacerse un favor mutuo y dejarlo atrás.
Miró de una lado a otro para asegurarse de que ella no hubiera vuelto, tal como lo hace James Bond en las escenas de suspenso, miró debajo de la cama, su pensamiento se desvió momentáneamente al piso que estaba nítido, y pensó lo bien que ella hacia sus labores de hogar, preocupada incluso de esquinas en las que él jamás hubiera reparado. Volvió a su escena de acción y para asegurarse que estaba completamente solo susurro… “amooor, estas ahí?” Quería llamarla por su nombre, pues ya no era su amor, pero estaba tan acostumbrado a esos nombrecitos creados que, sin querer confesarlo, a veces le costaba recordar su nombre de pila. De nuevo: Amor? Nadie.
Así que llevado por un impulso dio un brinco y empezó a retirar del clóset sus camisas, sólo las mejores en una rápida selección, sacó la ropa interior, los calcetines, pensó cuánto él amaba sus zapatos, tanto como ella a los suyos. Un momento. ¡Sus zapatos de tacón!…??Donde estaban?? Volvió a abrir los cajones que ya habían sido revueltos, y sintió como el corazón se paralizaba, como se erizaba poco a poco su piel y como la sensación de recibir un tablazo sobre la cabeza lo dejaba atontado: no había nada. Nada de ella. Se había marchado.
Rebuscó por la casa, por los cajones de su habitación, pensó que todo era un error, lanzó sillas y muebles, encontró el celular de su mujer en la peinadora, sin mensajes y sin nombres en el directorio
No tenía dónde buscarla, sabía que no era del tipo de mujeres que volvería a casa de sus padres, pues ya no los tenía.
Se había ido. Sin una nota, sin un adiós, sin explicaciones. Lo había abandonado. Él había estado siempre tan absorbido en sus pensamientos que nunca se le ocurrió que tal vez ella se había ido de su vida mucho antes de marcharse.
Gritó su nombre por la casa, como si ella se estuviera escondiendo, llamó a su trabajo a preguntar si alguien lo había buscado, pero nadie buscaría a un hombre como él.
Pasaron días que se le hicieron infinitos y tomaron forma de meses y de años, solo con el recuerdo de su tierno olor, con la fragancia fuerte de su piel en las sábanas, sin fotografías, sin su voz. Sin un tierno beso matutino.
Tal como él alguna vez lo había deseado.
Comentarios
Con mucha admiración.
Yo no busco mas el mensaje... la historia se volvió un plan, y mis felicitaciones por tan magnífica ejecución. Ahora me quedo solamente con la esperanza que aun hay la posiblidad de un "final feliz" para tus personajes... aunque esta vez no quede registro alguno...