Las relaciones arrítmicas … el culpable no fue Lavoe
La ridícula imagen de Cameron Díaz en My Best Friend`s Wedding pasó feroz por mi cabeza, y me atropelló de manera humillante. Justo en esa escena cuando ella es vilmente presionada para cantar en medio de un karaoke repleto de asquerosos cantantes de cantina, fanáticos de la distorsión musical. Sí, pobre el personaje de Díaz: abochornada, ridiculizada hasta el extremo, desafinada y rogando por salir de ahí mientras entonaba tristemente una canción para su novio. ¡Como si esa fuera parte de una prueba de amor del siglo XXI!, y claro inducida por su mejor amiga (la de él) que burlonamente sonreía al ver y escuchar ese dantesco tono que emitía aquella chica que le estaba quitando el espacio tan especial del corazón de su mejor amigo.
Y es que, si alguna vez esa escena me resultó graciosa, hasta el extremo de llorar, entre la risa y la lástima, cambié de opinión al sentirme absorbida frente a la petición de mi pareja para que bailara con él una de esas canciones lentas, antiguas, violentas y embriagadoras… de salsa! En un lugar exclusivamente de salsa!
Así de patética me sentí yo también. Fui ridiculizada y presionada hasta el extremo por la horda de sus amigas, a bailar en un oscuro hueco de la zona más fantoche y popular de la ciudad. Y ahí estaba yo, desamparada y enfrentada al mítico Héctor Lavoe, a los BamBam y a su frenético ritmo al que mis pobres pies no pudieron acoplarse.
Las miradas, que talvez era yo la única que las percibía, me lastimaban como si dijeran, “pobre, mírala intentado seguir el ritmo de su pareja…qué descoordinación, parece que no oye la canción..”
Es parte del ser humano crear enfrentamientos innecesarios para medir nuestra fortaleza, es necesario a veces competir de la manera más humillante para ganar y hacer prevalecer nuestro espacio, pero después de mi fallido intento de acoplarme a lo desconocido me di cuenta que no es que aborrezca el ritmo sinuoso salsero, lo que pasa es que los seres humanos tememos a lo desconocido, me frustra sentirme ignorante e ignorada. Sin embargo, en este punto vale la pena valorar el esfuerzo de él: se que hubiese preferido bailar o compartir con alguien que sí entendía su pasión, pero su compasión y condescendencia fue más fuerte y decidió incluirme a su baile, sin darse cuenta que yo no lo deseaba.
En el fondo talvez yo sí quería bailar o al menos quería que él comparta lo que sabe, que sienta mi angustia y me enseñe, que me de una lección y me incluya en su mundo, pero sin tanta presión, sin tanta amiga dispuesta a ganar terreno, sin tanta insistencia.
¿Qué sucedió después de haber cedido bailar tres o cuatro canciones que pude tolerar a pesar de mi limitada motricidad tropical? que sus amigas se fueron despechadas al ver mi mala cara y al comprobar que también pude, bien o mal, cumplir con el reto y darle la prueba de amor a mi pareja a pesar de lo incómoda de la situación.
Él: que después de beber seis o siete rones del despecho, se quejó de mi mala actitud, mas no de los pasos de baile, sin darse cuenta de mi gran esfuerzo por romper el miedo a lo desconocido.
Yo por mi parte, sentí que había cedido frente a algo que no quería hacer.. perdí mi propio espacio y el control con tal de ser aceptada en este gueto, perdí mi capacidad de decir NO frente a algo que no quería hacer porque en el fondo, estuve entregando una prueba de en la que nunca he creído.
Al final del baile todos perdimos el ritmo natural de sobrellevar las situaciones irrelevantes. Todo se quebró y no quisiera culpar a Lavoe que tantas alegrías ha dado a los salseros, pero tampoco a mi desenfrenado gusto por el rock. Y es que tango, cumbia, flamenco o twist, el ritmo es de dos.
Lo que sí reafirmé fue mi creencia en el eterno poder de la música. Esa es la prueba sonora de nuestra ideología y de cómo llevamos el ritmo de la vida: llevamos a la gente, nos dejamos llevar o simplemente fingimos que nos dejamos arrastrar (para más comodidad). Para el pesar de los demás, me gusta llevar y de vez en cuando termino pisando sin darme cuenta.
La coordinación en la pista de baile fue una triste analogía sobre nuestra falta de comunicación como pareja, faltó armonía y lógica de dejarnos llevar y deslizarnos ante cualquier problema. Ahora y por separado, cada cual ha preferido seguir su propio ritmo.
Y es que, si alguna vez esa escena me resultó graciosa, hasta el extremo de llorar, entre la risa y la lástima, cambié de opinión al sentirme absorbida frente a la petición de mi pareja para que bailara con él una de esas canciones lentas, antiguas, violentas y embriagadoras… de salsa! En un lugar exclusivamente de salsa!
Así de patética me sentí yo también. Fui ridiculizada y presionada hasta el extremo por la horda de sus amigas, a bailar en un oscuro hueco de la zona más fantoche y popular de la ciudad. Y ahí estaba yo, desamparada y enfrentada al mítico Héctor Lavoe, a los BamBam y a su frenético ritmo al que mis pobres pies no pudieron acoplarse.
Las miradas, que talvez era yo la única que las percibía, me lastimaban como si dijeran, “pobre, mírala intentado seguir el ritmo de su pareja…qué descoordinación, parece que no oye la canción..”
Es parte del ser humano crear enfrentamientos innecesarios para medir nuestra fortaleza, es necesario a veces competir de la manera más humillante para ganar y hacer prevalecer nuestro espacio, pero después de mi fallido intento de acoplarme a lo desconocido me di cuenta que no es que aborrezca el ritmo sinuoso salsero, lo que pasa es que los seres humanos tememos a lo desconocido, me frustra sentirme ignorante e ignorada. Sin embargo, en este punto vale la pena valorar el esfuerzo de él: se que hubiese preferido bailar o compartir con alguien que sí entendía su pasión, pero su compasión y condescendencia fue más fuerte y decidió incluirme a su baile, sin darse cuenta que yo no lo deseaba.
En el fondo talvez yo sí quería bailar o al menos quería que él comparta lo que sabe, que sienta mi angustia y me enseñe, que me de una lección y me incluya en su mundo, pero sin tanta presión, sin tanta amiga dispuesta a ganar terreno, sin tanta insistencia.
¿Qué sucedió después de haber cedido bailar tres o cuatro canciones que pude tolerar a pesar de mi limitada motricidad tropical? que sus amigas se fueron despechadas al ver mi mala cara y al comprobar que también pude, bien o mal, cumplir con el reto y darle la prueba de amor a mi pareja a pesar de lo incómoda de la situación.
Él: que después de beber seis o siete rones del despecho, se quejó de mi mala actitud, mas no de los pasos de baile, sin darse cuenta de mi gran esfuerzo por romper el miedo a lo desconocido.
Yo por mi parte, sentí que había cedido frente a algo que no quería hacer.. perdí mi propio espacio y el control con tal de ser aceptada en este gueto, perdí mi capacidad de decir NO frente a algo que no quería hacer porque en el fondo, estuve entregando una prueba de en la que nunca he creído.
Al final del baile todos perdimos el ritmo natural de sobrellevar las situaciones irrelevantes. Todo se quebró y no quisiera culpar a Lavoe que tantas alegrías ha dado a los salseros, pero tampoco a mi desenfrenado gusto por el rock. Y es que tango, cumbia, flamenco o twist, el ritmo es de dos.
Lo que sí reafirmé fue mi creencia en el eterno poder de la música. Esa es la prueba sonora de nuestra ideología y de cómo llevamos el ritmo de la vida: llevamos a la gente, nos dejamos llevar o simplemente fingimos que nos dejamos arrastrar (para más comodidad). Para el pesar de los demás, me gusta llevar y de vez en cuando termino pisando sin darme cuenta.
La coordinación en la pista de baile fue una triste analogía sobre nuestra falta de comunicación como pareja, faltó armonía y lógica de dejarnos llevar y deslizarnos ante cualquier problema. Ahora y por separado, cada cual ha preferido seguir su propio ritmo.
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