De los polos opuestos

Son las 23:00 en esta pequeña ciudad.
Eva se mete con gran dificultad en unos jeans ajustados, se sube a unos tacones que la elevan a ocho centímetros del suelo. Lapiz labial con brillo excesivo, diez capas de colorete en su rostro que la hacen ver veinte veces más morena que el color original que se observa en su cuello y manos. Se pone una chaqueta sobre el diminuto top de brillos que se compró por la tarde. Se esmera con su cabello y lo deja totalmente liso. Un vistazo más en el espejo de la sala y está lista para celebrar su ingreso a la facultad de literatura. Ella quisiera compartir este logro cumplido con alguien especial. Sus padres la felicitaron y la subjetividad desbordante de amor los hizo compararla con el gran García Márquez... sus amigas se emocionaron por nueve segundos y luego cambiaron el tema para contar sobre las últimas noticias de la vida de Clooney. Quiere encontrar alguien especial.

Adrián está en su casa, extendido en el viejo sofá e hipnotizado con una vieja serie norteamericana. Se siente particularmente solo. Piensa por décima vez que le encantaría compartir la alegría de haber conseguido su primer empleo formal. Se levanta, toma un baño, se pone sus viejos jeans, una camisa, una chaqueta abrigada y sale sin percatarse que no se afeitó con la rigurosidad de siempre.
Son las 23:59 y Eva hace su entrada triunfal en el largo túnel del metro. Las voces y risas chillonas de sus tres amigas le facilitan el encuentro.
Dos minutos más tarde unos grandes ojos parecen derretir su mirada.
Adrián y Eva se miran fijamente y entran por distintas puertas al metro.
Recorren el pasillo y quedan separados por algunos cuerpos de otros pasajeros que de seguro se bajarán en el centro de la ciudad.

De repente ambos tienen un acercamiento cinematográfico, se miran, se juntan y se dan un húmedo beso. Se reconocen en cada abrazo, salen del metro y toman otro en dirección a una cafetería con menos ruido que los bares. Toman una copa y descubren que, a pesar de ser la primera vez que se ven, fueron contradictoriamente hechos el uno para el otro.
No necesitan saber sus nombres, Eva y Adrián ya lo sabían. El encuentro tenía que ser, tenía que llegar y les resulta absurdo pensar que siempre tomaron el mismo recorrido, que fueron a la misma universidad y que siempre, por lo pequeña que es la ciudad, siempre visitaron los mismos bares..

El metro anuncia la parada central. El encuentro se rompe con el ruidito molestoso de las puertas al abrirse. Ambos vuelven a la realidad, los gritos incesantes de la gente joven los despierta. Sus miradas se vuelcan al piso y empiezan a subir los escalones en donde la música, el movimiento y los litros de licor los esperan.
Tal vez se volverán a juntar algún día pero jamás conversarán porque en su mundo, el coqueteo sensual de las miradas no existe, las conversaciones amistosas se anulan al igual que los intentos por ligar.
Los hombres bailan decadentemente y huyen al encuentro de una cerveza curvilínea para conformarse con mirar sin averiguar. Las mujeres prefieren los grupos de sus amigas para juntarse y mover con cadencia su cintura al ritmo de una canción latina que difícilmente logran imitar..
Los polos opuestos son sólo eso, dos extremos que nunca se juntan. La imperante necesidad de compañía se disuelve y se endura con la frialdad social..

Tal vez, algún día se conozcan...


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Gracias por esta entrada, sobre todo por el videoclip de ese tema que es lo mejor de Closer. Has conseguido conmoverme, lo cual no es fácil. Todos estamos solos, y nunca me permito engañarme al respecto. Sólo me alegro de seguir sintiendo.

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