Los golpes del amor
Retumban las paredes. A veces parecen que se rompen y van a caer. Incluso puedo notar los resquebrajamientos..parecen arterias del corazón.
Carmen vive en el segundo de la izquierda. Su rostro blanco se llena con sus gigantes ojos azules, cabello casi negro y un moretón en el pómulo que trata de tapar con un mechón canoso.
Su marido la ha dejado y ha perdido el control sobre su hijo: un cabrón regordete de 16 años que grita cuando llega del colegio si la comida no está lista o si no encuentra el mando del televisor.
Las bofetadas y el forcejeo son evidentes, los podría incluso mirar a través de la pared.
Concha vive en el tercero de la derecha, tiene cumplidos los 79 y su bastón parece entonar un zapateo armónico cada vez que escucha ruidos pasadas las 10 de la noche. Golpea el piso si el ruido viene de abajo, golpea el techo si viene de arriba. Pero cuando sale, abrigada en un fino chal y con su vestido para ir a la misa o de compras, ese mismo bastón es el que lo extiende para dar golpecitos suaves y coordinados en el brazo o en la espalda de sus amigos jóvenes que la ayudan con la compra. Me sonríe cada vez que me ve, creo que quiere pasar desapercibida, como para que no sepan que es la justiciera del bastón que a veces nos salva o nos despierta.
Sandra y Jorge viven en el segundo de la derecha. Ella es latina de cuerpo latigante y sonriente. Sus cejas finas y labios rosados me recuerdan una imagen de caricatura moderna. Él es tan joven como ella, aunque bastante más delgado desde que empezaron a vivir juntos. Trabaja en el supermercado del centro y espera ganar lo suficiente para pedirle matrimonio.
Los golpes de su apartamento retumban en la noche y a veces en el día, se salen de control. Es su cama. La imagino bastante vieja y con las patas descuadradas de tanto practicar el ejercicio amoroso.
Me causa gracia pensar que en algún momento inesperado sus cabezas van a salir a través de mi pared.
Llega Marina, la dueña de al menos tres de los pisos del viejo edificio. Golpea las puertas sin consideración como si uno pretendiera hacerse el sordo para evitar el infame pago.
Es una viuda cincuentona. Se pinta casi hasta las orejas y parece bastante mayor cuando decide ponerse ropa de veinteañera. Sus tacones golpean la madera de las escaleras, como una confirmación de su llegada, yo pienso que es una manera de ver si el inmueble aun resiste más inquilinos.
Carlos vive en frente. Tiene cuerpo escultural y se ejercita a menudo golpeando el saco de arena. Lo golpea con más fuerza si es que ha peleado con Roberto, su actual pareja. Son dos capitalinos que dejaron su vida cosmopolita para cumplir con un contrato temporal. Roberto no se ejercita, sólo golpea la puerta cuando llega con las compras para ser recibido con un beso y con dos musculosos brazos que lo ayudan con las bolsas.
Yo miro, escucho, atiendo. Preferiría no hacerlo, pero las paredes son frágiles y las ventanas no tienen persiana. Mejor me duermo y me escondo, no vaya a ser que el niño regordete venga por mi.
Comentarios
Una realidad bien contada, puede parecer un cuento q engancha a seguir...