El gran hombre del sur
Graham Dalton es un marinero que ya no espera llegar a algún puerto y tampoco tiene uno que lo espere. Él quiere continuar sus viajes a su ritmo, dejándose llevar y tentar por nuevos destinos. Su piel ha sido tostada por el sol y sus ojos azules y profundos delatan la vida de un hombre que se ha enfrentado con la adversidad. Ha conocido el dolor de perder a un hijo y ese sufrimiento ha sabido mantenerlo en pie, lo ha hecho más fuerte.
Su nombre y su historia se han conocido por ser uno de los navegantes inscritos en la regata 'Velux 5 Oceans 2006' en la que tuvo que enfrentarse con terribles oleadas, inclemencias marinas y, por qué no decirlo, también con la mala suerte.
Todo por cumplir su promesa y un sueño: dar la vuelta al mundo, solo y en medio de la inmensidad del mar.
Mucho antes de que esta carrera haya iniciado Dalton, (Nueva Zelanda, 1952), ya había empezado a recorrer varios rincones buscando una alternativa, algo que lograra curar la enfermedad de su hijo Tony: un cáncer irreversible que terminó matándolo a sus 23 años.
Son muchas millas que ahora se suman a sus experiencias que nos fueron relatadas en el mismo puerto deportivo de Getxo (País Vasco) en el que días antes fue recibido como un ganador, a pesar de haber llegado fuera de tiempo, totalmente desgastado, pero con su promesa cumplida.
Fuma sin parar, fija su mirada en el mar, como si deseara dejarse llevar por él mientras responde como un autómata -(deben ser cientos de entrevistas que le han hecho), aunque afirma que poco o nada le importa lo que los medios digan, nadie
podrá relatar con la misma intensidad lo que él ha vivido.
Su velero de competencia, un Open 50 con el nombre de «A Southern Man, AGD» lleva inscritas las iniciales de su hijo, Anthony Graham Dalton, con su fotografía grabada en ambos costados.
A final de cuentas, el Southern Man AGD es el objeto 'reflejo' de su vida:
"Los hombres del sur somos así, fuertes, hombres y mujeres no vemos la diferencia entre unos y otros, trabajamos igual y vivimos la vida de igual forma, no nos distinguimos ni nos dejamos vencer".
El Open 50, zarpó el 22 de octubre de 2006 desde Getxo para iniciar la travesía que le llevaría a poner en práctica el lema del buen competidor: el objetivo no es llegar primero, es saber llegar. Y así lo hizo. Cumplió a destiempo las tres etapas de la regata: Getxo -Frimantel, Australia; luego desde Frimantel hasta Norfolk, Virginia, EEUU, para luego cruzar el Atlántico hasta volver al punto de partida; en donde decenas de curiosos y compañeros lo esperaban para entregarle una placa y un abrazo fraterno, el del consuelo.
En realidad su única compañía fue la adversidad con la que se cruzó en varias ocasiones: el timón roto, serios daños en el velero, varias paradas inesperadas en los rincones más remotos e inhóspitos del planeta, incluso en Brasil en donde le robaron partes importantes del sistema de navegación. Ahora, a este país, lo recuerda con notable ingratitud:"Es un país de grandes diferencias, pobreza, violencia, nadie estuvo para ayudarme, es una lástima que existan cosas así en Latinoamérica, supongo que si yo hubiera nacido ahí, sería igual que ellos, así que no los puedo culpar".
Después de la muerte de Tony en diciembre de 2006, las miles de millas recorridas en solitario se convirtieron un homenaje a su hijo. "Era algo que tenía que cumplir, incluso me rompí dos dedos, pero eso no tiene importancia, mientras esto esté intacto -dijo señalando a su corazón y su cabeza- lo demás no tiene importancia."
Graham Dalton había querido compartir este viaje con Tony, pero la enfermedad del joven le obligó a cambiar los planes. También habían querido bautizar al velero juntos, pero mientras se les ocurría un nombre apropiado, Tony le hizo prometer a su padre que haría ese viaje, con o sin él. Talvez era una forma de hacerle entender, a un hombre empedernido, que el mundo tenía que seguir y que él aún tenía más retos que conocer y que cumplir.
El nombre del velero es un tributo a Tony, al igual que su trepitosa travesía para cumplir con su palabra.
Los avatares de este inconforme marinero son tantos que parecería convivir con ellos, sin embargo, ahora la alegría y la fuerza que le transmiten "sus nuevos amigos" (varias familias vizcaínas y gente que ha conocido en el pueblo) son su inspiración y su fuente de vitalidad.
De su familia poco se sabe. Su esposa sufrió un cáncer de seno del cual se recuperó bastante bien, sin embargo ya no hay lazos que los puedan unir: "se que ella está bien, pero una relación en donde dos personas no se ven no puede sobrevivir."
Con sus otros hijos mantiene contacto aunque no hace ninguna referencia a ellos.
Acepta, como un buen hombre del sur, que hubo momentos en en los que pensó que todo iba a terminar, así que en Nochebuena, en medio de vientos que rondaban los 160 kilómetros por hora, hizo una llamada a casa para despedirse de sus familiares: sólo la contestadora fue testigo, no había nadie en casa. Y otra vez más, logró salir del mal tiempo; repuso su velero y su destino.
Dalton sigue en pie, sufre y disfuta en silencio de su historia, aún se le llenan los ojos de lágrimas, pero no deja que éstas salgan o que interrumpan su relato. Afirma que minutos antes de llegar de esta vuelta en solitario, dejó marchar a su hijo: "Era hora de dejarlo ir, y asi lo hice, le dije adiós."
Después de contar su historia, con más o menos detalles de lo que tantas veces lo ha hecho, sube a su velero y posa para el fotógrafo. Intenta sonreir, pero la nostalgia del recuerdo parece que lo vence.
Tony, su hijo, ese gran hombre del sur, siempre será su fortaleza.
Su nombre y su historia se han conocido por ser uno de los navegantes inscritos en la regata 'Velux 5 Oceans 2006' en la que tuvo que enfrentarse con terribles oleadas, inclemencias marinas y, por qué no decirlo, también con la mala suerte.
Todo por cumplir su promesa y un sueño: dar la vuelta al mundo, solo y en medio de la inmensidad del mar.
Mucho antes de que esta carrera haya iniciado Dalton, (Nueva Zelanda, 1952), ya había empezado a recorrer varios rincones buscando una alternativa, algo que lograra curar la enfermedad de su hijo Tony: un cáncer irreversible que terminó matándolo a sus 23 años.
Son muchas millas que ahora se suman a sus experiencias que nos fueron relatadas en el mismo puerto deportivo de Getxo (País Vasco) en el que días antes fue recibido como un ganador, a pesar de haber llegado fuera de tiempo, totalmente desgastado, pero con su promesa cumplida.
Fuma sin parar, fija su mirada en el mar, como si deseara dejarse llevar por él mientras responde como un autómata -(deben ser cientos de entrevistas que le han hecho), aunque afirma que poco o nada le importa lo que los medios digan, nadie
podrá relatar con la misma intensidad lo que él ha vivido.
Su velero de competencia, un Open 50 con el nombre de «A Southern Man, AGD» lleva inscritas las iniciales de su hijo, Anthony Graham Dalton, con su fotografía grabada en ambos costados.
A final de cuentas, el Southern Man AGD es el objeto 'reflejo' de su vida:
"Los hombres del sur somos así, fuertes, hombres y mujeres no vemos la diferencia entre unos y otros, trabajamos igual y vivimos la vida de igual forma, no nos distinguimos ni nos dejamos vencer".
El Open 50, zarpó el 22 de octubre de 2006 desde Getxo para iniciar la travesía que le llevaría a poner en práctica el lema del buen competidor: el objetivo no es llegar primero, es saber llegar. Y así lo hizo. Cumplió a destiempo las tres etapas de la regata: Getxo -Frimantel, Australia; luego desde Frimantel hasta Norfolk, Virginia, EEUU, para luego cruzar el Atlántico hasta volver al punto de partida; en donde decenas de curiosos y compañeros lo esperaban para entregarle una placa y un abrazo fraterno, el del consuelo.
En realidad su única compañía fue la adversidad con la que se cruzó en varias ocasiones: el timón roto, serios daños en el velero, varias paradas inesperadas en los rincones más remotos e inhóspitos del planeta, incluso en Brasil en donde le robaron partes importantes del sistema de navegación. Ahora, a este país, lo recuerda con notable ingratitud:"Es un país de grandes diferencias, pobreza, violencia, nadie estuvo para ayudarme, es una lástima que existan cosas así en Latinoamérica, supongo que si yo hubiera nacido ahí, sería igual que ellos, así que no los puedo culpar".
Después de la muerte de Tony en diciembre de 2006, las miles de millas recorridas en solitario se convirtieron un homenaje a su hijo. "Era algo que tenía que cumplir, incluso me rompí dos dedos, pero eso no tiene importancia, mientras esto esté intacto -dijo señalando a su corazón y su cabeza- lo demás no tiene importancia."
Graham Dalton había querido compartir este viaje con Tony, pero la enfermedad del joven le obligó a cambiar los planes. También habían querido bautizar al velero juntos, pero mientras se les ocurría un nombre apropiado, Tony le hizo prometer a su padre que haría ese viaje, con o sin él. Talvez era una forma de hacerle entender, a un hombre empedernido, que el mundo tenía que seguir y que él aún tenía más retos que conocer y que cumplir.
El nombre del velero es un tributo a Tony, al igual que su trepitosa travesía para cumplir con su palabra.
Los avatares de este inconforme marinero son tantos que parecería convivir con ellos, sin embargo, ahora la alegría y la fuerza que le transmiten "sus nuevos amigos" (varias familias vizcaínas y gente que ha conocido en el pueblo) son su inspiración y su fuente de vitalidad.
De su familia poco se sabe. Su esposa sufrió un cáncer de seno del cual se recuperó bastante bien, sin embargo ya no hay lazos que los puedan unir: "se que ella está bien, pero una relación en donde dos personas no se ven no puede sobrevivir."
Con sus otros hijos mantiene contacto aunque no hace ninguna referencia a ellos.
Acepta, como un buen hombre del sur, que hubo momentos en en los que pensó que todo iba a terminar, así que en Nochebuena, en medio de vientos que rondaban los 160 kilómetros por hora, hizo una llamada a casa para despedirse de sus familiares: sólo la contestadora fue testigo, no había nadie en casa. Y otra vez más, logró salir del mal tiempo; repuso su velero y su destino.
Dalton sigue en pie, sufre y disfuta en silencio de su historia, aún se le llenan los ojos de lágrimas, pero no deja que éstas salgan o que interrumpan su relato. Afirma que minutos antes de llegar de esta vuelta en solitario, dejó marchar a su hijo: "Era hora de dejarlo ir, y asi lo hice, le dije adiós."
Después de contar su historia, con más o menos detalles de lo que tantas veces lo ha hecho, sube a su velero y posa para el fotógrafo. Intenta sonreir, pero la nostalgia del recuerdo parece que lo vence.
Tony, su hijo, ese gran hombre del sur, siempre será su fortaleza.
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