«Y decidí morir peleando en la mar»


GRAHAM DALTON, NAVEGANTE SOLITARIO

El patrón neozelandés regresa a casa tras prometer dar otra vuelta al mundo para volver a Bilbao, «mi nuevo hogar»

J. MÉNDEZ / M. J. TROYA

Está sentado en una terraza del puerto, con la vista puesta en las nubes. Presenta un aspecto relajado y fuma, casi sin parar, cigarrillos 'Marlboro' que apaga contra la cajetilla. Las piernas, cruzadas. Los pies, calzados por unos zuecos 'Crocs' grises. Un café con leche sobre la mesa. De su cara, de cejas hirsutas y ojos de acero pavonado, ha desaparecido la tensión y el cansancio que estragaban su rostro la madrugada del 18 de junio, cuando, tras nueve meses de navegación en solitario, regresó a Bilbao, con el barco y el cuerpo rotos, fuera de regata, solo, derrotado, pero no vencido.
Había jurado a su hijo Anthony (muerto de leucemia con 22 años) que daría la vuelta al mundo a vela en solitario. «Y lo he hecho. Por mi chaval. Ha sido toda una prueba. Ir contra esas tormentas solo, sabiendo que tal vez no sobrevivas, es terrible. Pero si peleas mucho y vences, si tras una semana de tempestad sale el sol para guiarte, te sientes fuerte y grande», dice Graham Dalton (Nueva Zelanda, 1952).
La pasada semana, tras reparar los timones de su barco en Biarritz, abandonó Bilbao, rumbo a Vigo. Allí dejará su barco ('A Southern Man-AGD'. Un Hombre del Sur-Anthony Graham Dalton, por su hijo) y volará hacia su casa en Auckland. Allí le esperan su compañera, Robbie (a quien detectaron un cáncer de mama mientras Graham daba la vuelta al mundo), un hermano gemelo de Anthony llamado Nick (de 24 años) y Carly (27) y Katie (12).
-En su vuelta al mundo le ha pasado de todo. Retrasos, averías, temporales, robos... Se ha roto dos dedos; en Brasil le robaron la electrónica del barco, perdió su orza y tuvo que fundir una nueva, ha sufrido deshidrataciones...
-Sí, la verdad. Me he visto como un perdedor, cuando siempre he querido ser el primero. He vivido momentos muy malos. ¿Por qué lo he soportado? Había hecho una promesa a mi hijo y soy de esas personas que las cumplen.

-¿Cómo fue aquel momento?

-Él estaba ya muy enfermo. Nos alojábamos en un hotel en Merlbourne mientras recibía tratamiento. Hablábamos. Él me animó: 'Véte a España y haz la regata. Es lo que más deseas'. Le prometí que no iba a suceder como en la anterior ocasión y que no iba a abandonar. Me preparó dos vídeos para la travesía. Verlos ha sido como estar juntos. Él fue quien le puso el nombre al barco dos semanas antes de morir...

-Un hombre del Sur. ¿Cómo son esos tipos?

-Duros, fuertes, tradicionales, autosuficientes... Viven en la isla Sur de Nueva Zelanda. La verdad es que allí hay muy pocas diferencias entre hombres y mujeres.

-Se le nota seguro y esperanzado...

-Bueno, las cosas siempre terminan por arreglarse. En la anterior 'Around Alone' rompí la botavara y el mástil y tuve que buscar un puerto de refugio en la Patagonia. Esta vez estuve a punto de perder el barco en las Kerguelen. Cuando me iba a pique me encontré con otro neozelandés que me ayudó. Y allí me tiene a mí, solo, perplejo, a punto de hundirme y mirando como un tonto a una pequeña colonia de pingüinos y a los monstruosos elefantes marinos entre la bruma... Fue alucinante.

-Y aún así le quedaron ganas de volver a navegar...

-Claro. Volví a la mar cuatro días después. Entonces me cogió un temporal con vientos de 80 nudos (148 kms. por hora). Otra vez pensé que iba a morir. Llamé por teléfono a Tony (bromea) para decirle que no iba a volver al hogar. Pero me salió el contestador, ja, ja... No quería hundirme, pero pensé en que mi existencia había merecido la pena, en el montón de cosas que había podido hacer y en las personas que había conocido. No quería desaparecer allí, arrinconado en una esquina del barco. Y decidí morir peleando en la mar. Sentí el agua fría en los pulmones, congelándome... Pensé 'así debe ser la muerte'. Pero seguí luchando. No hay desgracia en perder. Lo triste es no pelear. Siempre he enseñado eso a mis hijos...

-También a Anthony.

-Pero él murió. Le fallé cuando le prometí que iba a encontrar algo que curara su cáncer.

«Un rayo de luz»

-Cuando llegó a Bilbao dijo que habían cumplido su objetivo. «Ahora puedo dejarle marchar».

-He sentido su presencia muchísimas veces. Recuerdo el día de su cumpleaños, en mitad del Atlántico. Llovía a mares, navegaba en mitad de la niebla. Susurré: 'díme que estás ahí, que puedo contar contigo'. Entre las nubes se coló un rayo de luz. Duró apenas 30 segundos. Me tranquilizó. La última vez que lo sentí fue la noche en que llegué a Bilbao. Estaba a 10 millas del puerto y me dijo 'papá, en este momento te tengo que dejar'. ¿Fue la emoción del momento? ¿El cansancio? Sé que todo está en mi cabeza, pero lo siento así.

-¿A qué se dedicaba en Nueva Zelanda antes de ser navegante?

-Era periodista. Tenía una revista sobre deportes extremos, 'Sports Action', para jóvenes. Tratamos de inculcar valores como la lealtad y la disciplina. No nos van los pearcings ni los aretes. Soy estricto en eso. Jamás llevaré publicidad en mi barco de productos que vayan contra mis ideas. Rechacé una de videojuegos infernales. Me pagaban bien, me hacía falta el dinero, pero les dije 'fuck off'...

-He leído que su relación con el mar empezó siendo un niño.

-Sí, mi madre me regaló un barquito cuando tenía menos de tres años. Era pequeño y largo. Es lo poco que puedo recordar de aquello. Pero esa cultura forma parte de lo que soy. Desde niño sabía que iba a tener mi propio barco y que iba a vivir fuera, en la mar.

«Si existe una mar de olas medias de nueve metros, entonces puede esperarse que una ola de cada trescientas mil alcance una altura cuatro veces mayor, es decir, treinta y seis metros». Esta frase la escribió sir Franscis Chichester, el navegante solitario que dio la vuelta al mundo a bordo del 'Gipsy Moth' en 1967 (con 65 años cumplidos), y el tipo que envenenó de salitre la sangre de Dalton. Sólo una ola así podría acabar con este hombre del Sur. Y no es seguro.

LOS DATOS
Graham Dalton nació en Nueva Zelanda en 1952. Participó en la Velux 5 Oceans con un Open 50 (15 m.), el barco más pequeño de los competidores. Llegando a Bilbao sufrió un temporal y se perdió la salida (22 de octubre). Sin provisiones, recaló en Nueva Zelanda. Le roban en Fortaleza y pierde la quilla. Pasó un mes desaparecido en Norfolk. Arribó a Bilbao en junio.

* Entrevista publicada en el Diario El Correo de Bilbao.
El 19 de agosto de 2007. Por: Julián Méndez & María José Troya.

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